20 de Agosto 7:45.am
Jaca. Chicos levantad!!! Ultima llamada…Aran sube la persiana y la luz invade
la habitación, entra aroma “a Jaca”, esa mezcla de frescor, verde y aire sin
contaminar, los ojillos de Mikel surgen de una posición imposible en la bola de
sábanas, vivos e inquisidores como siempre y apunta “Hoy nos vamos de excursión
con los Monkayak”. Vencida la pereza inicial todo parece ir mucho más fluido,
desayunamos con un profundo ambiente a tortilla de patata y preparativo y
cogemos el coche una hora y media después, acelerados y con ganas, pero
retrasados como siempre.
Uno siempre se
pregunta como funciona la cabeza de Selma con esto de los planes, y una vez
reconocidas las limitaciones, miro el punto en el móvil y le dejamos a Google
Maps hacer el trabajo para llevarnos al “Parking Rio Vero”. Con la confianza
puesta en la tecnología las preocupaciones se centran en las propias de
conducir y en la lista adecuada de Spotify.
Al salir desde
el Pirineo nuestra ruta es algo diferente Jaca, Sabiñanigo, cogemos allí el desvío a la N260, increíble carretera
pirineaica, en la que uno olvida que está en Aragón, hasta Boltaña en la que la
realidad nos devuelve a la A2205, donde la única velocidad razonable es la que
permite entregarse al paisaje y el universo entre la segunda y tercera marcha.
Un pequeño sobresalto cuando la carretera se convierte en una pista de tierra
durante 15km, creemos que por obras, y entramos de lleno en el corazón del
“Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara”.
Atravesamos
bonitos pueblos con indicaciones, como el Esconjuradero de Guaso, tras hora y
media de viaje llegamos efectivamente a
un parking, bastante concurrido en el que el Vero se adivina como a el le gusta,
profundo, excavado en la caliza y retorcido por miles de años de cabezonería
aragonesa en al lucha de agua y roca.
El calor comienza a apretar y
explica porque la vegetación se muestra agostada y seca, y sólo la línea verde
del río permanece firme, un cruce de Whatsapps nos dice que a 15minutos se
encuentra la tribu que ha partido desde Zaragoza, y la inconfundible furgo azul
con ventanillas abajo y comando femenino en primera línea, aparece un ratito
después.
Presentaciones, saludos nerviosos
tipo COVID, en esa distancia que corta los necesarios besos y abrazos pero con
brillo de ojos y nervios, un pequeño espacio para almorzar, preparar calzado y
bolsas estancas, protector solar y poca ropa porque por fría que esté el agua
el sol ya quema y sólo apetece mojarse.
Empezamos la primera
parte de la excursión bajando a la ribera del río, por una senda bajamos hasta
una pequeña presa, la estación de aforo del río Vero, no se porqué siempre que uno se acerca a un
río le invade una mezcla de respeto y nervios, la presa luce cristalina y vemos
ya algunas indicaciones a las pinturas rupestres, algún pequeño grupo en la
presa y otros subiendo por polvorientas sendas en busca de los abrigos que
esconden las pinturas rupestres. Enormes farallones de roca de 200m de altura
nos van rodeando, mientras empezamos a pisar el rio, Selma entra rápido y como
siempre nos mira con esa incrédula cara de “¡Aquí hemos venido a mojarnos!”.
sendas. Llegamos pronto al azud de la presa del Molino, entre la maleza se
adivina un bonito edificio abandonado, que no es otro que el Molino de Lecina.
Selma nos muestra el edificio que desde la senda apenas se distingue entre
zarzas y que resulta toda una demostración de arquitectura sostenible al ver
como su construcción se basa en los materiales que buenamente han podido
extraerse de las cercanías.
Seguimos el camino en dirección a
la Ermita de San Martín de la Choca, el río se muestra humilde y mansado pero
sus paredes verticales nos muestran un trabajo de muchos años.
Poco a poco nuestra timidez inicial va pasando con el agua y cada vez se oyen más risas y chapoteos, tropezones que acaban en mojado y alguna sorpresa como un buitre joven muerto en una de las riberas, recordando que la naturaleza siempre tiene sus reglas y que lo que hoy luce apacible y tranquilo mañana puede ser furioso y bravo.
La felicidad comienza a fluir,
niños que juegan a ser mayores en sus saltos y hazañas y mayores que recuerdan
días de niñez, las aguas frías nos abrazan y recuerdan que durante mucho tiempo
el río ha sido vida y sustento, son esos instantes en que uno se funde con el
cauce y siente el privilegio de los espacios perdidos, cada vez más escasos,
cada vez más preciados en los que rendir tributo a cosas más grandes que apenas
alcanzamos a entender.
Avanzamos por cada curva del río
hasta llegar a la desembocadura seca del barranco Basender en la que la roca
nos abraza a modo de visera pétrea, entre árboles, cielo y cantos rodados por
el agua.
Después
abandonamos un rato el cauce para por el bosque de ribera disfrutar de una
pequeña aula de naturaleza, armados con lupas viendo hongos y líquenes y algún
endemismo local como la “petrocoptis guarensis” o romperrocas que nos ofrecen experiencias
únicas para recordar este día.
Al final del
camino nos espera la ermita, tiempo para tomar un bocado sentarse y en el que
el grupo ya fluye, nos refugiamos a la sombra porque el sol aprieta, y entre
picoteo y risas decidimos emprender el regreso.
A la vuelta puede decirse que ya
somos uno con el río, saltos, gritos, improvisados Jacuzzis y ese dejarse
llevar aunque ahora vayamos contracorriente, en las últimas pozas en las que
hay suficiente profundidad, comienza alguna divertida competición de saltos y
chapuzones en la que hasta los más precavidos acaban picando.
Volvemos al parking
felices y con ganas de más, decidimos ir a comer a Lecina a los pies de su
carrasca milenaria
Compartimos cositas ricas en una tarde de canícula y a los pies del
majestuoso árbol mientras unos saborean, otros duermen y otros no pueden parar
de seguir planeando el siguiente movimiento, para exprimir el día.
Antes de separarnos algunos suplicamos por un café que nos reinyecte
vida y acabamos en el camping de Lecina donde entre cafés, charlas y risas se
va hilvanando la despedida de un día que no quiere terminar.
Decimos adiós, con ese gusto de haber compartido un buen día, al final
del cual te llevas en el corazón a 3 o 4 personas, que en un ambiente diferente
al del club te han contado de su trabajo, vida esperanza, a las que pones
nombre, lugar y un sitio en el que SER para tu corazón. Cuando rompemos aquella
barrera de lo que parece y abrimos un poco de nuestras vidas es curioso ver
como conectamos, y las verdades que el río conoce, afloran y uno entiende
porque no siempre la casualidad nos lleva a compartir y estar con almas
gemelas.
De vuelta
unos van a Zaragoza y esta familia vuelve a Jaca en un camino que se va
llenando de paradas y el que aprovechamos para entrar en Arcusa y Guaso y allí
ver la Iglesia y el Esconjuradero, que disfruta de una amplia panorámica hacia
el norte disfrutando de el valle del Ara, Monte Perdido, los Treserols y la
zona de Peña Montañesa, según es habitual también en los Esconjuraderos, cuya
misión de ejercer un «control de la climatología» aconsejaba
situarlos en ubicaciones dominantes respecto al territorio circundante.
Alguna
parada más y el día terminará muy tarde, pero de fondo al cerrar los ojos entre
cansancio uno sonríe, será aquello de la fluviofelicidad que alguna vez
escuché.
Autor: Pedro Cotera